lunes, 25 de febrero de 2008

Análisis y crítica de la Película "Amélie"

Amélie Le Pen


Pasó la pesadilla ultraderechista dejando una víctima, el Partido Socialista. Ahora, la izquierda francesa tendrá que reorientar sus pasos y actualizar su pensamiento. En este ensayo, Roberto Garza reúne al personaje de la película de Jeunet, Amélie, con el esperpéntico Le Pen, profeta de horrores, intolerancias y prepotencias gerenciales. Vea el curioso lector cómo lo hace.

No es necesario ser francés para saber que el barrio parisino de Montmartre –donde suceden los hechos de la película– está repleto de inmigrantes argelinos, marroquíes, turcos y latinos; que hay innumerables pintas en las calles, y que el Metro y la estación de trenes destacan por el mal olor, la basura y los junkies. En contraste, Jeunet retrata un Montmartre poblado única y exclusivamente por franceses blancos, sin grafittis en las paredes (la única pinta la hace la mismísima Amélie en un acto de buena fe), sin rateros, taxistas africanos o cualquier otro tipo de escoria non grata. Vemos un Montmartre en el que ni siquiera se respetaron las cacas de los perros en las banquetas (las limpiaron sobre imagen en la postproducción) Que Jeunet afirme que Amélie es su propia fantasía hecha realidad le ha costado que analistas como Antoine de Baecque ("Amélie fait débatoutre-Manche", Liberation 21-06-01) lo acusen de "reaccionario y limpiador étnico", denuncias que, por cierto, han sido tajantemente desmentidas en más de una ocasión por el director.

Ya montados en este afán de encontrarle más pelos a la rana, tampoco debemos pasar por alto que la hermosa Amélie Poulain se inspira en las muertes de Lady Di y Teresa de Calcuta para entregarse por completo al prójimo –esos pobres franceses infelices urgidos de compasión– mediante una serie de estratagemas maquinadas mediante cuestionables tácticas de transgresión a la intimidad del otro. Amélie es, pues, una suerte de hada buena que se siente con autoridad moral para invadir espacios privados e inmiscuirse sin autorización o solicitud previa en la vida de la gente que le rodea. Si alguien no le cae bien o considera que está haciendo mal, el personaje creado por Jeunet se encargará de hacer justicia por propia mano, así tenga que volver loco a un prepotente tendero, o bien, por hacerla de cupido, forzar una bizarra relación entre una cajera de cafetería y un maniático obsesivo.

el personaje Amélie Poulain carece por completo de un perfil político, sus convicciones se fundamentan en un sentido subjetivo de la justicia, y sus métodos para "hacer el bien", más allá de la aparente ingenuidad infantil, son en ocasiones tan manipuladores como los utilizados por cualquier régimen dictatorial. Sin embargo, la joven Amélie es encantadora, y eso es lo que no deja de llamar la atención. La respuesta que encuentro es que, en una lectura de fondo –aunque Jeunet diga lo contrario–, Amélie es un auténtico símbolo del nacionalismo francés; una optimista e imponente alegoría de un París imposible; un hermoso sueño xenófobo que, a fuerza de calidad, le ha dado la vuelta al mundo, no obstante haber sido descartada para competir en Cannes y perdido en Hollywood un merecido Óscar a la mejor película extranjera.

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