Conocí a Anaís en febrero del 2001, cuando entré a “ Snaf”, una librería situada en la gran vía de Zaragoza y la vi quieta, frente a mí, menuda, pretenciosa, terriblemente estética. Confieso que buscaba literatura erótica para calmar los recientes tiempos austeros de sensaciones, usando la imaginación. Hacía frío, tenía hambre estaba sola; me pasaba la tarde leyendo en cafés y cenando gaseosas de lata. En España todo era anormal y yo confiaba en la bondad de los desconocidos todos los días. De Anaís me gustaron de inmediato su encendida boca menuda y su infantilidad, ella me sonrío desde la carátula del libro “Incesto” y el título terminó de despertar mi interés. La tomé a pesar de las tres mil quinientas pesetas que me costó. Esa noche también hubo gaseosa, pero fue acompañada.Exploré a Anaís desde un discurso confesional y sobre la marcha me enteré que había comprado el tomo número tres de sus diarios íntimos, la escuché decirme cosas esenciales, hablar de conmociones que yo misma había experimentado alguna vez pero que no sabía si tenían nombre, ella también las reconocía como suyas y las describía con lirismo y pasión. Tenía, por ejemplo esa encantadora erotomanía que la hacía imaginar como una mujer en perenne celo, en equilibrio entre la divinidad y la perdición. Anaís me contaba, a través de apuntes fechados, de su relación con Henry Miller, de su matrimonio con un banquero sereno, de su veneración por el psiquiatra Otto Rank y de su curiosidad por el cuerpo de June, la esposa de Miller. Ficcionalizó su entorno.. Al leerla, al volverse de palabras, me pareció una mujer lúcida, crucificada y completa…bueno, sobrecogida como estaba, me enamoré.
Solange Rodríguez Pappe
Ecuador, 1976
Anaís y Yo ( una historia de amor)
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